22 Dic Y LA MODERNIDAD MATÓ AL SURFER
Texto de Carlos Serrano.
Fotografías de Mario Castro y Surf Cantabria.
Las semanas que llevamos de invierno en el norte están siendo, como mínimo, atípicas. O como dicen en Cantabria; “tan poca lluvia, no es normal”. Hasta hace poco, lo que no podía considerarse normal era la escasez de marejadas consistentes, de esas típicas de invierno que nos acostumbran a mirar siempre hacia las mismas playas, sabiendo que nuestros habituales spots de verano estarían pasados, envueltos en frías espumas y con poco que ofrecernos, dedicando su parón invernal a ordenar sus fondos para la siempre esperada primavera.
Pero este año, como la lluvia, las olas han tardado en aparecer. Neptuno, quizás consciente de nuestra desesperación, decidió que, aunque continuase sin llover y las temperaturas, gracias al viento sur, siguiesen siendo tropicales, los surfistas merecíamos unos días de respiro: unos swells muy bien recibidos han llenado de olas nuestras playas, y pocos son los que no han conseguido darse un buen baño.
Foto de Surf Cantabria
¿Pocos? Introduzco ahora este adverbio de cantidad, consciente de que utilizarlo en surfing evoca más bien a épocas pasadas que nuestra actualidad salada; por que en el surf, hace mucho que se dejó de ser “pocos”.
Es habitual encontrarse en verano, además de con las ya de sobra conocidas “hordas de surfistas veraniegos”, con otro especímen de las playas también de sobra conocido como es el del “viejo local”, aquel que ha visto cómo la Ley de Costas hacía lo que le daba la gana con su playa, o el que cuenta que entre las rocas que te clavas en los pies cuando sales del baño, antes podías sacar, entre nécoras y caracolillos, el aperitivo para tu familia y la del vecino. Toda playa tiene uno, o varios, como si fuese una etiqueta que la cataloga de “playa surfera de toda la vida”.
Ante las peligrosas hordas veraniegas, los pocos viejos locales que se animaban a pelear las olas solían defenderse con un esperanzador: “ya llegará el invierno”. Pero éste ha llegado, aunque el clima diga lo contrario, sacando a la luz una verdad que todos sabemos de antemano; cada vez somos más, y lo peor; cada vez nos soportamos menos.
Foto de Surf Cantabria
Asumido pues que nuestros picos más “populares” (y que suelen ser a su vez los mejores) siempre van a contar, al menos, con una veintena de vecinos con los que compartir las olas (espero que ningún australiano o californiano lea ésto, o le entrará la risa), muchos de éstos viejos locales optan por surfear en otras olas, de peor calidad, buscando la soledad de los viejos tiempos, o bien acuden a los picos masificados en horas durante las cuales la mayoría de los mortales dormimos o entramos en trance siestero. Pero ni con esas los viejos locales encuentran lo que buscan, pues se han encontrado con un enemigo que es capaz de atravesar dunas, bajar acantilados, y esquivar pincharuedas; hablo de Internet.
Uno de éstos viejos locales me contó sus penurias para encontrar soledad, y de cómo Internet se empeñaba una y otra vez en boicotearle; había encontrado un pico solitario tras horas de esperar la marea correcta, y después de un primer baño para recordar, pensó que aquel sería su lugar de paz durante los próximos días; era una ola difícil de apreciar desde el párking, a la que precedía una caminata: suficiente para alejar a los surfistas menos motivados, pensó él.
Aquella noche, nuestro viejo local, que aunque comience a peinar canas sabe lo que es Whatsapp, contempló con estupor como en uno de los numerosos grupos en los que estaba, todos ellos llenos de surfistas, colgaban una foto de una ola perfecta, surfeada por un surfista de estilo anticuado, que era ni más ni menos que él mismo.
“¿Pero cómo habían descubierto su secreto? ¡Si aquella ola era invisible!” se quejaba el viejo local, para después contarme cómo, al día siguiente, se había encontrado con al menos otras quince personas esperando en el párking a que la marea bajase, dispuestos a surfear un pico “muy bueno, y además con poca gente. Tío, ¿no viste la foto de ayer que mandaron al grupo?”.
Foto de Mario Castro
Aquella debió ser la última tarde que dicha ola conoció la soledad, pues a partir de aquella instantánea, cada vez fueron más los surfistas que lo elegían para su sesión. Y entonces, uno de los cientos de aficionados a la fotografía que pueblan nuestras playas subió a Facebook una docena de fotos de dicho pico, que se propagaron como la pólvora, con la consecuente riada de surfistas atraídos por aquellas perfectas, y aparentemente poco codiciadas, olas. El último reducto del viejo local había sido, de nuevo, conquistado por Internet.
“Antes, cuando descubrías una ola buena, o cierta playa estaba muy bien de fondos, te lo callabas, no fuese a ser que otros viniesen antes. No era mala uva; eran las reglas del juego. Además, al no haber teléfonos móviles, era imposible llamar a tu colega y decirle que corriese a la playa, que estaba épico” mascullaba mientras colgaba el traje del maletero, echando miradas furtivas a la que hasta hace poco había considerado su “ola secreta”. Para no desanimarle, no le conté que esa ola había aparecido hasta en varias historias de Instagram, con el alcance que ello conlleva.
Foto de Mario Castro
Es de sobra conocido el cambio que el surf ha experimentado tras la aparición de Internet, y lo fácil que nos ponen las cosas páginas como Windguru y Red Vigía. Yo nunca he tenido que asomarme al cabo más próximo a mi casa para ver si había entrado el swell, pues pertenezco a esa generación tecnológica que invade las olas de nuestros viejos locales. Pero aprecio la magia de los viejos tiempos, en los que, si conocías tu costa y sabías leer un mapa de isobaras, te podías asegurar un baño tranquilo; estos tiempos, dada la inmediatez del teléfono, pueden considerarse extintos. Quien escribe estas líneas pocas veces puede resistirse a enviar una foto a tal grupo de colegas con el mensaje de rigor “¡mirad que olas os habéis perdido!”, y estoy bastante seguro de que no soy el único que posee éste vicio.
¿Han acabado entonces los tiempos en los que debías comerte la cabeza para encontrar fondos decentes? ¿Bastará, a partir de ahora, con mirar el Facebook y el grupo de Whatsapp para saber dónde están las mejores olas? Todo indica que será así, y no sería malo si no afectase de tal manera a personas como el viejo local, que aún conservan esa idea del surf como algo analógico, aunque no puedan evitar mirar las boyas y el Windguru. Quizás, con el tiempo, lleguemos a ver como normal la situación que también pude vivir en una ola cántabra, poco conocida, en la que los locales de la playa increparon a un visitante que, sin ningún pudor, sacó su teléfono y comenzó a disparar delante de sus narices. “¡Como vea esa foto en Facebook, no vuelves por aquí!” , fue lo mas bonito que le dijeron.
Para los que hemos nacido en los años de Internet, de la conexión permanente, del mostrar todo lo que hacemos a todas horas, éstas cosas quizás nos parezcan exageradas, e incluso, rabietas de veteranos. Sin embargo, para los que comenzaron a surfear aquellas playas y se muestran orgullosos de su conocimiento de las mismas, ver sus olas colgadas por doquier, infladas a “likes” y compartidas hasta la saciedad, supone sólo una cosa; vendrá más gente, desde más lejos, y tendrán que buscar aún más si quieren encontrar esa ansiada soledad que la modernidad, mirando el vaso medio vacío, les ha arrebatado.
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