17 Oct EL SURFISTA ANÓNIMO
“Cuando dios se echó a descansar en domingo fue por que daban buenas previsiones para ese día” El surfista anónimo
Texto Víctor Gallego / Foto Marcus Paladino
8:00 A.M. la marea está baja y el frío se hace patente tras el cristal de la ventana. El surfista anónimo abandona el calor bajo las sabanas para prepararse un café, tal vez comer una pieza de fruta y meter todos los bártulos en el capacho, la tabla en el coche y emprender el camino hacia su destino.
Nadie lo espera en la playa, no hay fotógrafos, no hay marcas y ni siquiera hay repercusión en ninguna red social. Es el disfrute por el disfrute, surcar las olas sin presión, sin responsabilidad y en la que la única compañía está bajo sus pies. Una sensación única, la libertad recorre todo el cuerpo en cada nuevo giro, en cada remontada y en cada ola.
Algo parecido a esto debieron de sentir los primeros surfistas de la historia, gente a los que no les importaba ser mejores que nadie, tan solo quería disfrutar y sentir aquello que los hacia libres.
Desde sus inicios modernos, el surf siempre estuvo asociado a una nueva manera de entender la vida. La gente que lo practicaba no se sentía representada por nada ni por nadie, eran jóvenes que se sentían fuera del sistema y felices de ello por estarlo. No necesitaban las portadas en las revistas para saberse especiales, sabían que lo que hacían, lo hacían por y para ellos, sin ninguna pretensión de demostrarle nada a nadie.
A día de hoy es más difícil encontrar eso, pero todavía lo sigue habiendo, el surfista anónimo sigue ahí. La proliferación de escuelas, de modelos y de la mediatización de este deporte ha traído algunas consecuencias de ello. Muchos son los niños que no sienten esa necesidad de surfear por surfear, sino porque le han dicho que con este deporte se liga más, se es más guay o se es mejor que el que no lo hace. Pero aun así siguen existiendo los surfistas puros, los de corazón y a los que poco les importa el marketing asociado a este deporte.
El surfista anónimo es aquel que disfruta compartiendo las olas, no gritando y haciéndose ver que él es el que más sabe en uno u otro spot. Es aquel que no siente suya una ola en especial sino todas y que en el arte de compartir reside el arte de surfear.
Llegar al aparcamiento, poner el traje, extender la parafina y compartir con los demás anónimos los primeros rayos del alba es algo que solo entiende quien lo vive. El agua por fría que esté nunca lo hará lo suficiente como para que estos deportistas busquen el refugio entre sus sabanas de nuevo.
La primera remontada, el salitre en el cuerpo y el primer pato que te corta la respiración y te devuelve a la realidad. Te despierta y te provoca ese escalofrió con el que recuerdas que estas donde quieres estar, escalando hacia el pico, en el que te esperan tus propias reflexiones, tus motivaciones y emociones. No se trata de ser el mejor o el que más surfea, se trata de un momento en el que la comunión entre hombre y naturaleza es total. Tan solo el primer grito de ¡rema! Te despierta de esa sensación cálida entre las gélidas aguas. Una sensación única e intransferible que te hace sentir diferente. La fuerza, el ingenio y la perfección de la naturaleza transformada en ola es la siguiente de las emociones que recorre el espinazo.
El surfista anónimo no necesita de una profecía auto cumplida para sentirse diferente, no necesita ser el mejor de la playa, solo necesita una comunión perfecta entre los elementos propios y los que le rodean para entender que cuando dios se echó a descansar en domingo ¡fue por que daban buenas previsiones para ese día!
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