08 Ago RELATOS – MARTON 22: NAVÍO DE GUERRA
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Relato de Xisco Calafat / Portada película “En el corazón del mar”(2015)
Me tranquilicé levemente, con cierto alivio, pues el navío de Qarsan seguía fondeado en la bahía, visiblemente listo para zarpar. Las órdenes de la tripulación de la Tempestad habían sido navegar hasta la bahía y reunirse allí con el Capitán, desde donde zarparían ambas embarcaciones.
Pese a la extenuación, me había puesto en pie y había cruzado el bosque a toda prisa en dirección al lugar desde el que en esos momentos acechaba al enemigo, entre la maleza; no había tiempo que perder, me había dicho a mí mismo, Jacayl estaba en peligro.
Observé cómo los patanes recorrían la cubierta, trepaban a los palos y acataban las órdenes que el gordinflón profería a gritos mientras observaba el horizonte desde el alcázar. No dejaba de preguntarme qué podía hacer yo para salvar a Jacayl; se había puesto en peligro para salvar a Mirón y ahora era prisionera de unos violentos salvajes. Y yo sólo era un niño, más asustado de lo que me hubiera gustado estar y de lo que hubiera reconocido.
Me percaté en que un pequeño bote permanecía varado en la arena, en la orilla norte de la bahía, y supuse que lo habrían dejado allí quienes debían seguir buscando a Mirón por la isla. A fin de no perder los nervios me dije que no darían con él, tratando de concentrarme en cómo sacar a Jacayl de aquella carraca. Decidí que esperaría a que cayera la noche, y, cuando la oscuridad me arropara, caminaría hasta el pequeño bote, en el que embarcaría, y remaría hasta la carraca; luego treparía por la cadena del ancla y me escondería en el escobén. Y luego, ¿qué?: ¿irrumpiría en cubierta y, uno a uno, acabaría con todos aquellos desgraciados, dejando para el final al detestable gordinflón, a quien ensartaría con un sable que no tenía y lanzaría al mar por la borda? Aquello tan sólo ocurría en las historias que me contaba mi padre, y mi padre estaba muerto; en la cruda realidad, no habría sido capaz ni de acercarme al barco sin que me echaran el guante encima.
Estaba dándole vueltas a todo aquello cuando vi aparecer un barco por el Este, entrando en la bahía: un navío de guerra.
No sé qué diablos ocurrió a bordo de ambas embarcaciones una vez que el navío de línea se abarloó a la carraca de Qarsan, ni por qué zarparon varios botes en dirección al que habían dejado anteriormente varado en la orilla los patanes; sólo sé que aquella noche la incertidumbre me embargó, y que al alba ya no había botes en la playa, y que el navío de guerra levaba anclas y se disponía a zarpar.
Se marchaban.
Mientras contemplaba al hermoso navío de enormes velas amarillas, lanzaba furtivas miradas a la carraca, que daba síntomas de haber quedado inquietantemente vacía, abandonada. Imaginé que Qarsan habría negociado con la vida de Jacayl, aunque no lograba entender de qué modo, ni por qué dejaría atrás un capitán su barco. Una profunda tristeza se apoderó de mí al ver cómo desaparecía el velamen tras la isla que flanqueaba y protegía la bahía, desvaneciéndose en el horizonte. Por un momento me había sentido tentado de gritar, a su paso por mi posición, llamando la atención del capitán del buque, pero no conocía ni los propósitos de aquellos hombres ni su grado de maldad.
Salí de mi escondrijo y corrí hacia el Oeste, con la intención de llegar hasta los acantilados, desde donde podría observar la dirección hacia la que se alejaba el navío.
Hacia el Oeste, comprobé al llegar.
Tras observarlo durante un buen rato y cerciorarme de que ese era su rumbo, corrí nuevamente en dirección a la bahía, esta vez con la intención de abordar el barco de Qarsan y navegar tras el navío, sin considerar que un niño de trece años no sería capaz de navegar por el océano en solitario en un barco de tres palos como aquél, y muchísimo menos de dar caza a un navío de guerra atestado de hombres curtidos.
No obstante, corrí, nadé y abordé la carraca.
Y ni siquiera fui capaz de levar la pesada ancla yo solo.
Y entonces grité, desesperado ante la horrible realidad: no había podido hacer nada para salvarla. Se habían llevado a Jacayl.
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