20 Feb RELATOS- MARTON 19: LA ABSURDA CACERÍA
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Relato de Xisco Calafat // Ilustraciones película Piratas del Caribe
Anduvimos toda la mañana bajo un sol asfixiante, tratando de permanecer el mayor tiempo posible a la sombra de los árboles. El calor era terrible; la incertidumbre también. Ambos elementos secaban mi boca y calafateaban mi lengua al paladar, pese a los esporádicos tragos de agua que me ofrecían aquellos indeseables. Improvisando, le había dicho a Qarsan que alguna vez había avistado monos fugazmente en un bosque al norte de la isla, a lo que él había respondido que les llevara hasta allí y que pobre de mí si le estaba tratando de engañar.
El campamento de los patanes se erigía a los pies de la Torre Sur, entre la playa en la que se llevaban a cabo las labores de reconstrucción de la Tempestad y la enorme bahía que bordeamos en nuestro camino hacia el Norte y en la que aguardaba, fondeado, el navío de Qarsan. Desde la orilla contemplé la majestuosidad de la carraca, mucho más grande que mi pequeña barcaza, de alto bordo, recia y aparejada con tres palos y bauprés. A bordo se veían algunos hombres, aunque tan solo unos pocos; el resto faenaban en la reparación de la Tempestad, cuidaban de Mirón o buscaban al intruso en derredor del campamento. Y nueve éramos los que nos dirigíamos a un lugar en el que, sin duda, no encontraríamos mono alguno. Había tomado la determinación de conducirles lo más lejos posible de Jacayl, lejos también de mi refugio, escondido éste entre la maleza, al este de la isla; pero completaríamos la travesía aquella misma noche, y quién sabía qué ocurriría después.
El crepúsculo precedió a una noche sin lunas. Alzamos algunas tiendas, aunque yo no dormiría en ninguna de ellas, sino al raso. No me importaba; no deseaba compartir lecho con ninguno de esos asquerosos. Qarsan ordenó cazar algo y aquella noche cenaron serpiente, que asaron tras empalarla en la hoguera. Me ofrecieron probar bocado, entre carcajadas, pero tampoco deseaba compartir con ellos aquella carne que no había probado jamás y que, por añadidura, no me atraía en absoluto. Para mi sorpresa, no me encadenaron; no obstante, recibí la amenaza de que si trataba de escapar, me encontrarían y me matarían. Y de esta guisa me dormí.
Al alba comenzamos la infructuosa búsqueda. El gordinflón dio órdenes de que los hombres se separasen, y cubrir de ese modo una mayor extensión de terreno. Él, sin embargo, no se separó de mí. Nos movíamos con cuidado, acechando; ellos: con atención, yo: con disimulo.
En un momento en que el Capitán oteaba en dirección opuesta a la que yo miraba, grité «allí» bien fuerte, consciente del puñetazo que posteriormente iba a recibir. No grites, ¡idiota!, musitó Qarsan; ¡los vas a espantar! Yo bajé la mirada en señal de disculpa, permitiéndome reír aunque sin expresar emoción alguna. No estoy seguro de lo que he visto, mentí; me pareció ver algo entre las ramas, a lo lejos. Me intimidó la mirada que me lanzó el barrigudo y que acompañó con un gruñido, pero la excusa funcionó y partimos de nuevo en dirección a donde yo había señalado, librándome del puñetazo.
Ese día tan solo comimos bayas y pequeños frutos; Qarsan no quería perder ni un solo instante de aquella absurda cacería. Yo estaba muy nervioso, pues la farsa no podía durar mucho más. Convencido de que se acercaba mi final y de que no vería el siguiente día, llegó el ocaso, y, con él, la cena, la noche al raso y una nueva salida de sol. Estos hijos de puta son muy escurridizos, dijo Qarsan al amanecer; nos huelen. Pero descuida, los atraparemos. Yo asentí, aliviado al ver que seguía creyéndose aquella patraña. Reanudamos la búsqueda. Sobre nuestras ardientes cabezas, el intenso sol correteaba por el cielo y nos asfixiaba, así que el Capitán envió a dos de sus hombres de vuelta al campamento, a por nuevas reservas de agua y ron. Sobre todo, ron, les reiteró; me importa una mierda si os olvidáis el agua y el chico se muere de sed, pero ¡no olvidéis el ron! Ni por asomo aquellos patanes alcohólicos habrían olvidado el ron, no obstante el agua…
Dos días después regresaron. El gordinflón había establecido un lugar y un momento aproximado de reunión, así que, tras esperar durante largo rato a la sombra de unos árboles que, esta vez sí, parecieron moverse fugazmente de forma extraña, aparecieron los dos hombres, sudorosos y alterados.
¡Se ha escapado!, gritaron al llegar; ¡el mono se ha escapado! Qarsan, que dormitaba entre las gruesas raíces de un árbol, se levantó de un respingo. Sin embargo, antes de que pudiera proferir alguno de sus bramidos, uno de sus hombres se apresuró a hablar: pero han cogido a quien le ha hecho escapar; es una niña, Capitán.
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