21 Dic RELATOS- MARTON 18: LA BÚSQUEDA
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Relato de Xisco Calafat // Ilustraciones película Song of the Sea.
A la mañana siguiente escuché cómo un patán le decía a otro que estaba seguro de haber visto «algo» moviéndose entre la maleza, pero que no podía asegurar el qué. Los hombres de Qarsan habían dedicado lo que restaba de noche tras el «avistamiento» a la búsqueda de ese «algo» en la oscuridad, y al amanecer no iban a dejar de hacerlo, ahora que el sol iba a facilitarles la tarea. Pero no todos sus hombres habían partido en mitad de la noche, sino que Qarsan había organizado tanto partidas de búsqueda como grupos de guardia repartidos en varios puntos del campamento. El propio Qarsan había ido en una de aquellas partidas y aún no había regresado. En aquellos momentos, los dos indeseables que conversaban cerca del lugar en el que estábamos cautivos Mirón y yo pertenecían a quienes sustituían a los que habían hecho guardia en el campamento y se habían encargado de nuestra vigilancia, asumiendo ellos ahora esas labores. Los otros habían cargado petates con agua y comida y, entre risas y gritos, habían partido, desapareciendo entre la maleza. El Capitán no cree que se trate de otro asqueroso mono, aunque no está seguro de ello, dijo el hombre; no tardaremos en descubrirlo, la isla no es tan grande. En efecto, Oylhia no era tan grande; sin embargo, tanto su maleza como sus montañas albergaban una infinidad de lugares donde ocultarse. No obstante, Jacayl no conocía la isla, así que era muy probable que aquel grupo de más de cincuenta desalmados diera con ella tarde o temprano. No abandonarían la búsqueda, de eso no había la menor duda, así que me pregunté cuánto tiempo sería capaz de permanecer escondida la niña asegurándose comida y agua para sobrevivir en aquel pequeño paraje tan desconocido para ella.
Durante todo aquel día, Qarsan no volvió a acercarse a mí. Con total seguridad daba por hecho que, fuera quien fuera el merodeador, darían con él antes del anochecer, así que tan sólo cabía esperar. Pero llegó la noche y Jacayl seguía sin aparecer. El gordinflón salió de entre las tiendas con cara de perro rabioso, directo hacia nosotros. Me cogió de la camisa y me levantó, grillete y cadena incluidos. Como me llamo Qarsan que me vas a decir ahora mismo quién cojones husmeaba anoche en mi campamento, escupió. En sus ojos ya no había una pizca del brillo jocoso que había mostrado en su tienda el día que nos habíamos conocido, o en el momento en que me había nombrado cuidador de su presa. Ahora tan sólo había furia; furia y maldad. Con un rápido movimiento de muñeca, demasiado rápido para una bola de grasa como aquella, y sin desasirme, sacó un cuchillo de su cinto y al instante noté su fría y afilada hoja en la garganta. Me aseguró que no me lo repetiría una vez más. Hay más monos, improvisé, aterrorizado; éste no es el único, mentí, mirando de soslayo a Mirón, que no dejaba de chillar y de agitarse en su celda. Qarsan entrecerró los ojos y me miró fijamente, muy de cerca, como tratando de averiguar si le estaba tratando de engañar. Está bien, respondió, dejándome en el suelo y apartando el cuchillo; vendrás con nosotros y nos dirás dónde se esconden. ¡Pero, yo no sé dónde se esconden, Capitán!, protesté; a veces los veo en el bosque, pero sólo he podido hacerme amigo de éste, dije, señalando hacia Mirón. Pues ¡vendrás y nos ayudarás a encontrarlos y a cazarlos, maldita sea!, bramó él, rojo de ira; y como no cierres la puta boca, ¡te corto la lengua y me la como!
No dije nada más.
Esa noche no pude pegar ojo, pese a que me decía que debía descansar para las largas caminatas a las que me iban a someter al día siguiente, a la caza de unos monos que no iban a aparecer. Quien sí podía aparecer era Jacayl, motivo por el que yo no conseguía dormir. Si ella aparecía, Qarsan se desharía de mí, pues ya no confiaría en mi palabra y podría utilizar a la niña para los cuidados de Mirón. Si Jacayl no aparecía, tampoco lo harían los monos, y ¿qué más podría inventar yo para salir airoso de aquella situación? Además, al grave peligro que corría Jacayl por el hecho de que un séquito de hombres sin escrúpulos y con las peores intenciones fuera tras ella se sumaba el que entrañaba que sin agua y sin comida, y con aquel calor asfixiante, no tardaría en desfallecer. Todas las posibilidades olían a muerte.
Partimos al alba. Qarsan iba tras de mí, sin quitarme ojo de encima. Me había ordenado que comenzase a caminar, a lo que yo había accedido sin rechistar y sin tener la menor idea de hacia dónde.
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