18 Ene NADA SUCEDE COMO PENSAMOS
Por Josu Zotes
7:30 AM. Suena el despertador en lo que parece un día lluvioso de noviembre. Los gorriones pían enfurecidos por haber tenido que pasar la noche a la intemperie bajo la lluvia.
Los partes vaticinan una jornada de suave brisa offshore con un mar de fondo de 3 metros bajando a 2,5 durante la mañana.
Mientras tomo mi café matinal me cercioro de que unos tímidos destellos de luminosidad parecen abrirse paso entre el tupido manto de nubes, señal de que el windguru, al menos, en lo que a la lluvia concierne, estaba acertado.
Reviso mis bártulos, concienzudamente preparados la noche anterior, y pongo especial atención en no olvidar las baterías que están cargando en su base.
Me monto en el coche mientras el sol comienza su lento ascenso mañanero, consciente de que los cazadores de mi película ya habrán puesto parafina a sus armas o estarán a punto de terminar de hacerlo. Los cazadores de olas grandes, esa peculiar raza, suelen ser madrugadores.
Cuando llego al parking el sol ya ha asomado por el este y solo los más rezagados están aún junto a sus vehículos ultimando los preparativos para enfrentarse “a la bestia”.
Me asomo al mirador para descubrir cómo un viento sur, pero con componente oeste muy marcada y un mar más “gallego” de lo que debería no dejan que la cala se muestre con todo su esplendor. Ya va fallando en su augurio el windguru…
Aun así las olas son grandes, no monstruosas, están bastante ordenadas por la componente sur del viento, y rompen de manera muy vertical. Unos cuantos valientes están buscando su hueco mientras otros tantos están a punto de unírseles calentando en la orilla o bajando por el acantilado.
Desde hace ya algún tiempo la cala carece de un auténtico camino para acceder. Los temporales del invierno pasado hicieron sus estragos sobre el firme y la naturaleza reclamó su espacio en forma de corrimiento de tierras. Estos factores hacen aun más salvaje si cabe este encantador paraje.
Mientras bajo el acantilado en busca de un lugar para apostarme, no puedo dejar de maravillarme con las series que entran por el horizonte. Puede que no sean perfectas, pero ver cómo su sombra se oscurece a medida que avanzan alcanzando esa negrura cuando están a punto de romper… Me apresuro.
Una vez encontrado mi hueco, no sin antes haber tenido que recorrer rocas y guijarros de lado a lado durante un buen rato, me acomodo y preparo el equipo. Con mis modestos medios me dispongo a capturar esos momentos que los surfistas guardan como preciados en su memoria.
Bajadas al límite, giros, vuelos o simplemente la mera acción del deslizamiento sobre olas que no todos los surfistas están dispuestos o son capaces de surfear.
Y es que este tipo de olas es lo que tienen. Puedes tener la técnica y forma física para surfearlas, pero quizás no estés dispuesto a asumir los riesgos en los que incurres al disfrutar de sus pendientes, y esto amigos míos es lo que puede hacer que aflore el miedo en una mala sesión. Y el problema no es el miedo, sino el pánico, ya que hay que mantener la mente fría para poder solventar las jugarretas de Úrsula.
Por fortuna pude ver cómo los surfistas en el agua bajaban, giraban y se deslizaban por unas pendientes vertiginosas que aun no siendo perfectas cumplían las expectativas de jóvenes y mayores que se arremolinaban en el pico.
El sol, por fin, tras unas horas de espera, se dignó a hacer acto de presencia e iluminó el final de una sesión de surf en la cala, en la que había que andar vivo para encontrar la ola que insuflase la dosis de adrenalina buscada.
El agua se va retirando ya del flisch llamada por la marea, el sol que va ganado su batalla al ejército de nubes me indica que es hora de guardar mi cámara ya y encaminarme a ocupar mi tiempo en otras actividades, ya que me queda mucha mañana por delante todavía. Esperemos que otro día el mar tenga a bien regalarnos esa perfección de la que sabe hacer gala.
*Todas las imágenes y el texto, son cortesía de Josu Zotes
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