17 Sep LENGÜITA-SURF, UNA MARCA PIONERA EN CÁDIZ
En “Pioneros del surf en Cádiz” conocimos al surfista Wilo y cómo se las apañaban para explorar nuevas olas en los años 70. Pero ¿Qué es un surfista sin su tabla? Surfer Rule, en su búsqueda por encontrar las raíces del surf en Andalucía, pudo hablar con una de las figuras más importantes del panorama por aquel entonces, el fundador de la marca Lengüita-surf.
Pedro Berenguer lleva el agua salada por sus venas. Su pasión por el mar fue heredada por su padre, un marinero de guerra que vivió toda su vida en Torregorda, San Fernando. El contacto con el mar le hizo probar todo tipo de actividades como la pesca submarina, el marisqueo o la pesca, pero jamás se le había ocurrido subirse a una tabla de surf; hasta que lo probó y se convirtió en su perdición.
En 1979 llegó a San Fernando la película de El Gran Miércoles y fui a verla porque todos me decían que el protagonista se parecía a mí. No por el surfing, ni nada de eso, yo no entendía qué era aquello. Efectivamente el tío se parecía a mí y encima había unas olas fantásticas, ¡cómo no se me había ocurrido antes! (Risas) – Pedro Berenguer, Lengüita.
SR/ ¿Qué efecto te causó ver ‘El Gran Miércoles’?
Al día siguiente de ver la película estaba metido en el negocio. Un amigo mío hacía pesca submarina y, para irse a pescar lejos, se había fabricado un artilugio para remar; una pseudo tabla de surfing totalmente plana con un morro un poco levantado. Comparado con lo que había visto en la película, eso era una porquería pero me la prestó porque era lo que había (risas). En aquel entonces yo tenía un traje de niña que me quedaba corto de pantalones y largo de brazos. Me untaba Nivea en el cuerpo y con eso me metía en el agua. Entonces no había surfistas en San Fernando.
SR/ ¿Cómo recuerdas tu primer baño?
No sé cuántas veces perdí la tabla. Hasta que un día, agarré una cuerda de tendedero, le hice un boquete en la quilla y me lo amarré al tobillo. Ya no se me escapó más. Ese fue el primer invento del mundo. Más tarde, me enteré que en Cádiz había más surfistas y fui a buscarlos. Alexis Gasalla, Chenchu y Pedro Caso eran niños, excepto Wilo que era el más mayor. Yo me ponía de pie dificilmente con el muerto que llevaba como tabla y ellos ya surfeaban con tablas un poco más elegantes.
SR/ Y un buen día decides crear Lengüita-Surf…
Al principio no tenía pretensiones de ningún tipo, salvo que quería fabricar tablas. Quería hacer una muy buena pero el problema es que nunca se me quitaron las ganas (risas). Compaginaba mis estudios de ingeniería naval con la fabricación de tablas de surf y cuando acabé la carrera seguí de shaper en mi taller. Como había que ponerle un nombre comercial me decanté por Lengüita porque a nuestra familia nos llaman así, es un apodo.
SR/ ¿Cómo era tener un negocio de surf por aquel entonces?
El negocio siempre fue pésimo porque entonces no había surfistas. Hubo que fabricarlos diciéndole a mis amigos que probaran las tablas. A pesar de que el taller daba lo mínimo, no me hacía falta más, yo quería surfear todos los días y esa era la única condición que ponía. Sin embargo, en 1993 cerré el taller para dedicarme a hacer barcos como ingeniero y aunque seguía haciendo tablas ya no era lo mismo. Tomé la decisión en un momento determinado y no me arrepiento. Seguramente, si hubiera tenido una economía medianamente razonable, no me hubiera ido. Estaba encantado con mi trabajo, pero de nada vale mirar para atrás. Es cierto que, tres o cuatro años más tarde de haber abandonado el mundo comercial, explotó el surf y aparecieron tiendas por todas partes. De hecho, Eukaliptus y Styling, que eran marcas posteriores a mí, florecieron y empezaron a venderse aquí.
SR/ En cuanto al shaping, ¿Cómo recuerdas los primeros experimentos?
Empecé fabricando moldes, entendiendo que la tabla se hacía así, porque por más que miraba no intuía como se hacía aquello. Siguiendo la técnica del que me prestó la tabla, despegué un trozo de foam lleno de boquetes de la espalda de un frigorífico. Lo doblabas un poquito, le dabas más o menos la forma y lo forrabas. Las primeras tablas que hice salieron de ahí. La fibra que le ponía pesaba mucho y no daba buenos resultados, la tabla tenía 10 o 12 kilos. Picaba muchísimo y andaba fatal. A base de ir probando, te dabas cuenta que ese no era el camino. Fabriqué varios moldes cubierta-casco, pero también intenté babor y estribor. Intenté varias maneras pero había que rellenarlo con una espuma que no fui capaz de encontrar.
SR/ ¿Te nutriste de algún otro tipo de aprendizaje?
Al año siguiente de empezar, me fui con Carlos Rubio una semana a Santander. Sabíamos que allí se hacían tablas. Tenía entendido que había tres talleres: el de Letamendia (Pukas), Zalo Campa en Cantabria y los hermanos Gandaria en Bilbao. Primero fuimos a buscar a Gandaria pero en ese tiempo estaban fabricando un velero, así que fuimos a ver a Zalo pero cometimos la torpeza de decir que queríamos aprender y nos cerró la puerta en las narices, como es natural (risas). Decidimos dejar la historia y para no perder más tiempo nos fuimos a Portugal a coger olas, concretamente paramos en Ericeira. Para que veas la fortuna, acababa de llegar Nick Uriccio, dueño junto con Miguel de Semente Surfboards. Debía de llevar cuatro meses en España y habían montado un taller en Rúa do Facho. Esta vez fuimos con la estrategia de encargarles una tabla para poder entrar en el taller. Vimos todo el proceso de shaping y le compramos la tabla a Nick.
Grupo de surfistas de la época con las tablas de Lengüita-surf.
SR/¿Trabajaste exclusivamente con poliéster?
Por aquel entonces también existía el epoxy, pero costaba cinco o seis veces más que el poliéster y era menos accesible. Tenía sus complicaciones porque no era tan transparente, ni fácil de lijar. A cambio de estas peculiaridades, era un material mucho más resistente y rígido, pero ¿para qué iba a entrar en esa dinámica si con el poliéster era suficiente?
SR/¿Te llevaste algún susto por la falta de información sobre surfing?
El primer susto que te llevas es no saber moverte en corrientes. Algunos sitios asustan porque te alejas de la costa. Por ejemplo, en Roche, puedes alejarte 200 metros de la orilla, más para allá del pico. Hemos pasado apuros muchas veces porque las olas de aquí tienen muy mala leche y rompen en la orilla con gran violencia. Me he llevado muchos porrazos, incluso se me salió el hombro. Tuve que dejar de hacer surfing por culpa de aquellas averías. Pero sin duda lo peor era el frío. No teníamos traje. Nada más llegar a la playa estabas temblando. Entrabas en el agua pelado y no conseguías pasar la barra. Lo del pato fue un invento, la ola te daba como quería.
SR/ ¿Qué papel habéis jugado los pioneros en el surfing?
Hemos creado conciencia, conocimiento y sabiduría. A nosotros nos costó muchísimo ponernos de pie, un año para hacer un rolling y cuando se podía un tubo. Ahora los niños se meten en el agua y, en cuestión de meses, están cogiendo tubos. Eso es porque nos han visto a nosotros. Es decir, ellos se han montado sobre lo que nosotros echamos a rodar. Con el shaping pasa lo mismo, tengo 400 o 500 tablas a mis espaldas y ahora mi hijo las hace mejor yo porque partió desde donde lo dejé. ¿Cuántas tablas malas hice para conseguir afinar? Nosotros para ver que la tabla funcionaba teníamos que fijar algunos parámetros, tablas con distintas formas que tenían algo en común y luego verlas correr en el agua. Ese campo de investigación te hacía evolucionar. Eso ya está hecho, no hay donde rascar. Ahora por más que le cambien la cola o le hagan inventos, ya está todo vendido, al menos de momento.
SR/ Ahora que ves el taller de tu hijo y puedes compararlo con el tuyo, ¿Qué echas de menos?
Mis herramientas eran un serrucho, una escofina y unos papeles de lija. Con eso hice muchas tablas y las pintaba con un flica, sin un duro y con los materiales que había. Poco a poco, fui evolucionando hasta que me compré una máquina, una lijadora. La resina no valía un duro porque se cuajaba cuando le daba la gana y la fibra era baratísima. Tenías que hartarte a lijar para que aquello quedara en condiciones. Hoy los críos empiezan con unas máquinas muy potentes. En el taller de mi hijo hay máquinas para todo. Una tabla se lija en una hora, igualito que en mi época. Hice más de 30 tablas a mano, excepto en mis últimos años que pude comprarme la máquina de shaping y el compresor.
Ojalá el surfing que se hace hoy hubiera estado cuando yo empecé. Yo fabricaba la parafina con cera de vela, benceno, glicerina y cera de abeja. Al igual que los inventos, que los fabricaba porque no había. No teníamos nada. Desde el momento en que Simon Anderson inventó las tres quillas, cambió el surfing. Las cosas evolucionaron de un día para otro, pasamos de no tener nada a tenerlo todo. En la película de El Gran Miércoles se ve el contraste de los tablones con las tablas actuales.
SR/ ¿Qué valoración harías de aquellos años con respecto al actual?
El mundo de las tablas me apasionaba, pero fue muy difícil. Ahora miro atrás y pienso en todo lo que tuve que rodar. Nada más en poliéster ahora hay cientos de ellos, antes ibas al mercado y sabías lo que querías pero no sabías cómo decirlo porque el que te vendía el material no entendía de terminaciones, ni resultados. Dicho de otra forma, el tío tiene seis resinas, no tiene 20.000. Con la fibra pasaba exactamente igual. Había visto la que usaban en Portugal, tenía una referencia, pero luego compraba un rollo y resultaba que las tablas se rompían o salían pesadas.
Un rollo valía una pasta. Mi hermano me tuvo que dejar el dinero para comprar dos foams. Ese dinero lo administraba de manera que compraba el material, hacía las tablas y fabricaba los surfistas. Es decir, buscaba amigos míos para llevarlos a la playa y convencerlos para que las probaran, les dejaba el traje y la tabla. De paso, les vendía la tabla. Con eso, ya tenía compañero para irme al agua y dinero para fabricar otras cuatro tablas. (Risas). Siempre repetía el mismo proceso, sin gastar un duro. Todo era inversión.
SR/¿Conserva el surf actual la esencia de aquellos años?
El sentimiento de los surfistas es el mismo que los de aquella época porque el surfing es una cosa personal, no algo en manada. El surfista es un solitario que lo que le gusta es coger olas y es lo que hay. Es verdad que le gusta que venga otro con él, pero el surfista quiere coger olas y vivirlas él. Antes el surf era un mundo más pequeño, ahora hay mucha rivalidad y hay quienes van a no pasarlo bien. Se supone que vas a relajarte y disfrutar no a pelearte con el de al lado.
SR/ ¿Qué le aconsejarías a alguien que esté empezando en el mundo del shaping?
Yo le digo a mis hijos que la artesanía está muy mal pagada, por muy buen producto que hagas, pero ellos lo están disfrutando. El beneficio que tiene el shaping es para el alma, no para el bolsillo. Pero si es tu pasión, soy el primero que dice que te olvides de la economía y que lo hagas. Ya habrá tiempo para aburrirse. Luego, sé astuto y en el momento que veas que no funciona, salta; porque hay otras cosas en la vida cojonudas como para quedarse enganchado.
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