20 Abr RELATO-MARTON 12: EL AVISTAMIENTO
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Relato de Xisco Calafat. // Ilustraciones película Song of the Sea.
De las dos montañas que había en la isla, yo tan sólo había trepado a la que quedaba al sur: la más pequeña. La que en esos momentos se elevaba a mis pies, al norte, seguía siendo un misterio para mí; la había observado desde el mar, desde la otra colina y desde las tierras que la circundaban, pero aún no me había aventurado a penetrar en ella.
Pese a que tan sólo llevaba unas semanas en la isla, ya empezaba a conocerla bien, pues ésta no era excesivamente grande.Según los cálculos que había conjeturado desde las alturas, no haría más de seis leguas de costa a costa. Por aquel entonces ya la había explorado varias veces: de norte a sur y de este a oeste.
Conocía sus bosques; sus claros; su bahía occidental y la escarpada costa que la flanqueaba; la pequeña ensenada, al norte; sus playas y sus olas; sus arroyos; las cascadas que borboteaban de la TorreSur –como yo la llamaba– y que empapaban con sus aguas la ladera hasta encontrarse con el mar; sus frutos; algunos de sus animales; y algunos de sus peligros.
Sin embargo, la TorreNorte seguía siendo enigmática; una completa desconocida que contaba con una peculiaridad que la diferenciaba de su compañera: su cima estaba sesgada horizontalmente, como si la montaña hubiera sido víctima de una brutal decapitación.
Vamos, le dije a Mirón, e iniciamos su ascenso.
Por su ladera, de oscura roca guarnecida con distintos tipos de vegetación, también corría el agua. Su energía, sin embargo, era diferente. A medida que ascendimos, divisamos, desde la cara norte, la costa en la que se formaba la ensenada y que servía de desembocadura para los riachuelos que descendían desde las alturas.
Y, al llegar al pico, descubrí con asombro que la montaña descendía de nuevo abruptamente hacia el interior de sí misma, formando, cientos de varas más abajo, una hermosa laguna. El terreno sobre el que se podía caminar en la cima era estrecho, de no más de un par de varas, pero lo suficientemente ancho como para que se pudiera pasear rodeando la laguna por completo. Era un paraje espectacular, místico. Desde allí arriba, las vistas de la isla eran incluso más imponentes que desde la TorreSur.
Habíamos alcanzado la cima pocas horas antes de que el ocaso pusiera fin a ese día, así que aquella noche nos tocaría pasarla en las alturas. No obstante, pensé, lo más seguro sería descender algunas varas y buscar un terreno llano donde poder dormir sin el peligro de caer hacia el vacío; pero como aún faltaba un rato para la puesta de sol, decidí sentarme a descansar, a la espera de ver cómo se consumía el díadesde esemagnífico lugar. Sin olvidar el motivo que me había llevado hasta allí arriba, oteé el horizonte; y fue entonces cuando me pareció ver algo en el océano, frente a la costa norte.
Agucé la vista para tratar de identificar qué era lo que se mantenía a flote en lontananza. Me era imposible; la distancia hacía que lo que quisiera que fuera aquello se presentara ante mis ojos como algo muy pequeño. Vas a tener que bajar a averiguarlo, me dije, pero ya era demasiado tarde como para iniciar el descenso; la oscuridad se cerniría sobre mí entre las rocas, y no me podía arriesgar a sufrir una caída.
Debía esperar al amanecer. Seguí observando el minúsculo contraste que aquel extraño producía sobre el calmado mar, preguntándome si el navío habría capeado el temporal y ahora buscaba refugio en la isla, hasta que la luz fue perdiendo intensidad. Había llegado el momento de buscar un lugar donde pasar la noche.
No pude pegar ojo. Cuestionaba qué sería aquello que había avistado el día anterior. ¿Habrá sido mi imaginación?, dudé. La intranquilidad ralentizó el paso del tiempo, haciendo que, según mi percepción, el amanecer tardaba días, semanas o incluso meses en aparecer. Por fin el sol salió y pude iniciar el descenso, y cuando alcancé la ensenada, éste ya brillaba alto en el cielo.
No sabía cuál sería la posición del intruso pasada la noche, aunque imaginé que las corrientes lo habrían acercado hasta la isla. Un barco de gran calado no habría podido acceder a la ensenada, pues un banco de arena hacía que su profundidad mermara hasta apenas unos dedos con la marea baja, aumentando tan sólo hasta una vara en la boca de la misma en pleamar.
Por otro lado, aquella parte de la costa, más allá de la cala, era escarpada, así que un navío no gozaría de una sencilla aproximación en varias leguas. Aún así debía explorar el litoral. Y, en los acantilados al este de la ensenada, encontré los restos de un naufragio. Presentí lo peor: que nadie habría sobrevivido a la tormenta; pero enseguida recordé el negro velamen y una nerviosa sonrisa de alivio se dibujó en mi rostro.
Una sonrisa que se desdibujó en cuanto avisté el cuerpo que, inmóvil, yacía sobre los grandes maderos que flotaban en la caleta y que también formaban parte de aquel naufragio.
Nuevo capítulo de Marton y los piratas - SURFER RULE
Posted at 11:26h, 03 julio[…] Marton 1.// Marton 2.// Marton 3.// Marton 4. // Marton 5. // Marton 6. // Marton 7 // Marton8 // Marton9 // Marton10 // Marton11 // Marton12 // Marton13 // Marton14 // Marton15 // Marton16 // Marton17 // Marton18 // Marton19 // Marton20 // […]